una vez me dijo el gran cactus,
que tirás un poco de la tripa y te llevás
el corazón, los pulmones,
seguís tirando y los ojos te pasan por la garganta,
el cerebro se desarma en una lluvia de neuronas,
se te cuela por la médula y los huesos,
tirás de la tripa y arrastrás todo,
hasta que el adentro se hace afuera,
hasta que sólo queda una delgada lámina,
nada más que piel, membrana, barrilete.

hay que clavar un puñal en el corazón del que te oprime,
dijo el gran cactus,
mordernos unos a otros con amor y rabia,
sacarnos de encima el letargo de babosa,
dejar de vivir bajo el miedo y las baldosas.

antes eras un ombligo me dijo,
tu cuerpo unido a otro cuerpo unido a otro tu,
apenas un punto flotando en el líquido de la memoria,
y luego, oleaje de mares y de ríos que te arrastran,
el ombligo es un orificio que canta,
ese bocado de aire lo es todo,
el beso que te da el mundo,
ahí desnudo, henchido de vida.

así hablan las espinas del gran cactus,
agradeciendo, casi con adoración,
cada gota de sudor derramada,
a medida del desierto,
de todo lo que es escaso y preciado,
no les exijas que te acaricien suavemente,
que no desgarren tus miedos con dolor.

entonces, un día estarás listo,
cuando veas al gran cactus, hunde la mano en su pecho,
húndela hasta el final aunque la espina duela,
haz un ahujerito hasta que brote a caudales eso que buscas,
hasta que la corriente te lleve a ese lugar,
donde nace la lluvia.