Hoy caminé por un bosque tropical, oscuro, tupido, barbudo de arboles. La vegetación se retorcía entre las piedras y en lo alto se enredaba con escasas telarañas de luz. Ya adentrada la mañana, al costado del camino, noté un claro
amplio con cierta estructura extraña. Me acerqué lentamente y de pronto lo vi, allí en medio de la hierba, un árbol gigantesco yacía silencioso, caído en apariencia por causas naturales, su enorme cuerpo descansando sobre la tierra húmeda.
Recordé entonces aquel proverbio antiguo que pregunta, ¿si un árbol cae en el bosque y no hay nadie para escucharlo, hace ruido? Desee haber estado en ese momento, cuando el árbol se estrellaba contra la roca, ese instante majestuoso y fatal. Hay una fuerza magnética que nos atrae y conmueve frente a la presencia de lo inevitable.
Ahora su tronco yace allí, como un gigante de musgo y lianas, como un templo ancestral de insectos y seres voladores. No se si hizo ruido cuando cayó, pero todavía se lo puede escuchar, repirando bajito, mientras cientos de cigarras lo saludan.